Armas, violencia y pandillas
24/10/2014Permisos de armas para pandilleros
24/10/2014Por: ÁLVARO GONZÁLEZ CLARE Y JOHN A. BENNETT
El mayor retirado L. Caudill en su artículo Armas y Civilización nos llama la atención al hecho de que los humanos solo tienen dos opciones para lidiar entre individuos o grupos: la razón y la fuerza. En una sociedad moral la interacción se esfuerza por hacer las cosas usando el razonamiento y la persuasión, desdeñando la violencia. La presión de la fuerza no debe tener lugar como método valido en la interacción social, sin embargo, lo único que remueve esta opción es que la contraparte esté armada, por paradójico que suene este argumento.
El mundo en que vivimos ha sido históricamente desigual. Los fuertes abusan de los débiles, los jóvenes de los viejos, los hombres de las mujeres y los grupos de los individuos. Lo único que puede nivelar estas diferencias es que los que tienen la desventaja estén armados para poder defenderse y, por lo menos, disuadir el abuso de la fuerza. Las armas, y particularmente las de fuego, han surgido como herramientas para nivelar fuerzas en un mundo desigual. El viejito, por ejemplo, no puede defenderse ante un joven maleante que no respeta ni a su propia madre, o la mujer de 110 libras contra un violador de 220 libras, a no ser que tengan una pistola bien cargada de municiones, sobre todo cuando sabemos que la Policía, por más bien intencionada, no es una institución omnipresente.
La civilización ha procurado traspasar el derecho del uso de las armas a los policías, con la presunción de que con ellas defiendan y protejan a los ciudadanos. Teóricamente este principio social podría funcionar y es común ver a quienes, basado en esto, alegan que se debe desarmar a todos los ciudadanos para poner orden en la sociedad. Esto se traduce en el desarme de todos los respetuosos del orden público, traspasando el derecho del monopolio de la fuerza de las armas a los maleantes. Pero si un gran número de ciudadanos tiene derecho de portar armas para defenderse, la cosa cambia porque los que tienen las armas se sumarían a la Policía como fuerza de disuasión. Si un grupo de iracundos cerradores de calles sabe que los ciudadanos que están frente a ellos pueden tener armas de fuego para defenderse, pensarían dos veces abalanzarse contra los carros para apedrearlos o apalearlos.